22 diciembre 2011

LA TRADICIÓN ESPAÑOLA DE ANIMALES

La primera referencia histórica de una corrida data de 1080, como parte del programa de festejos de la boda del infante Sancho de Estrada, en Ávila. Pero esta tradición supuestamente española fue introducida por los romanos. Ya usaban a los toros en los juegos para diferentes entretenimientos hacia un público sediento de sangre y emoción. El sacrificio de toros también se incluía entre los ritos y costumbres que los romanos introdujeron en Hispania. La diferencia es que en España sigue esta tortura y en otros países conquistados por Roma no.

Actualmente las corridas de toros mueven gran cantidad de dinero que solo benefician a unos pocos adinerados de pueblo, normalmente, sin estudios y a su público que se divierte viendo sufrir a un ser vivo noble y valiente, pero vivo. Algunos llaman a las corridas deporte, pero en mi opinión no se puede llamar deporte a un evento que aparte de ir contra la moral y ética humana, esta amañado. El toro sufre el afeitado, una práctica que implica el corte de un trozo de pitón, dentro del mueco donde se le inmoviliza, sufriendo el llamado lumbago traumático, y destrozándose los músculos y tendones al luchar desesperadamente por librarse del yugo que sujeta su cabeza, saliendo desvencijado en el cajón hacia los corrales de la plaza, a donde llega tullido y sin fuerzas para afrontar los desgarradores puyazos que le inflige el picador. También se le suministran fármacos y purgantes, que actúan como hipnotizantes y tranquilizantes, pudiendo producir falta de coordinación del aparato locomotor y defectos de la visión antes de comenzar el festejo taurino y ser descuartizado por los picadores, que le clavan el hierro de la puya en el morrillo, abriendo, a modo de palanca, un tremendo agujero con la cruceta, cortando y destrozando los tendones, ligamentos y músculos de la nuca para obligarle a bajar la cabeza y poderle matar más fácilmente. Continuando con el suplicio de las banderillas; tres pares de arpones de acero cortante y punzante (llamadas también “alegradores”), que le rompen la cerviz, quitándole fuerza y vitalidad, antes de ser estoqueado por los sicarios de la espada y el puñal; una labor premiada con las orejas, rabos y patas arrancadas de sus víctimas, incluso antes de su muerte, como trofeos que testifican el grado de deshumanización de sus verdugos y quienes les alientan con el griterío inconsciente o un silencio cómplice. Un fraude que solo unos pocos aficionados denuncian.

Por lo tanto, este sangriento acto, no debería considerarse como fiesta, y menos nacional cuando no toda la sociedad española está a favor de este festejo. Pero el problema es que la gente que está en los altos cargos políticos subvencionan y fomentan las corridas en sus respectivas localidades construyendo nuevas plazas, mejorando los asientos, haciendo publicidad y creando escuelas de tauromaquia con el dinero público de todos los ciudadanos.

Al igual que para llegar a la paz no es necesario matar a miles de personas, para la diversión no hace falta torturar y matar a miles de toros. Seres vivos que son juzgados por los humanos sin piedad alguna y sin motivo para un fin, la muerte.

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